Estampas de Guantánamo


Duaba, el testimonio ignorado
Por: Regino Rodríguez Boti
El pasado 28 de enero le sugerí a R. Peña y parte de su equipo realizador de la serie televisiva Duaba, la odisea del honor, que en el Archivo Boti teníamos un importante testimonio inédito del poeta relacionado con el desenlace de la historia de su teleserie y que, por supuesto, se lo ofrecía desinteresadamente. Para ello solo debían visitar el archivo. Todavía los estoy esperando.
El referido testimonio, de puño y letra de Regino E. Boti, se encuentra en el Tomo 12, cuadernillos del 110 al 119, bajo el título Personales, yo. Mientras su autor buscaba datos sobre Juventino Rosas para ampliar un artículo publicado por él años antes, refiere haber hecho un importante hallazgo (…) el de la fecha de mi llegada a Santiago de Cuba, a mi regreso de España. Consta de la sección Movimiento marítimo de El Cubano Libre de 4 de enero de 1899.
Algunos párrafos después narra su encuentro en Santiago de Cuba con Luis Lamarque (mambí y fotógrafo) quien le prestó dinero al joven Boti que procedente de Barcelona desesperaba por llegar a su casa en Guantánamo. A continuación copio íntegramente el importante e inédito testimonio. Que lo disfruten los amantes de Guantánamo y Cuba es mi intención.
Lamarque fue mi maestro de la fotografía. Era la segunda ocupación a que me dedicaba. La primera, la del comercio, por disposición de mi padre; esta por movimiento espontáneo de mi voluntad, y asentimiento de mi momia. Tenía instalada su galería en la calle de Concha, entre las de Santa Catalina y Gobierno, hoy Pedro A. Pérez entre Crombet y Emilio Giró. Fue domicilio del Dr. Manuel de Granda, médico español, padre de Manolo, expedicionario de la goleta Honor. Y siendo una dependencia del hotel Venus —que estaba abierta en la acera fronteriza— su dueño le alquiló a Lamarque el corredor al patio del martillo de aquella casa, y un cuarto al fondo, que tenía su entrada al Oeste, hacia el mencionado corredor que utilizaba como taller. No tenía luz cenital, pero la del Sur era limpia y se podía trabajar con ella.
Lamarque era un hombre ingenioso de claro talento. En su profesión de fotógrafo no se contentaba con hacer retratos rutinariamente: ensayaba, experimentaba. Los fondos, la luz, la cámara en general, y el lente, con su obturador y el tiempo de exposición, eran motivo de sus cavilaciones. Lo que más tarde la industria hizo para tirar en serie los retratos llamados pim-pom, en inglés cre que tim-time, lo hizo él con una cámara corriente a la que le añadía cierto dispositivo de su invención.
Pero el fotógrafo era cubano, y por añadidura, mambí: conspiraba. En los cuartos de esa dependencia del Venus, se alojaban militares. Allí vivían el Tte. Coronel Bosch, un capitán o teniente de apellido Colás, cubano de nacimiento, y otros entre ellos el Tte. Coronel Canella, borracho, blasfemo, soez, lo menos que hacía con su asistente, después de abrumarlo a injurias era darle un puntapiés.
Pues bien, Lamarque fue denunciado por sus actividades mambisas. Según se decía entonces, lo fue por el cubano Colás; y se agregaba que quien le había dado el soplo a Lamarque era el Tte. Coronel español Bosch y Abril. Este era pequeño de estatura, trabado, de barba de boulanger, voz de agradable registro y trato afable. Vestía de paisano con cierta frecuencia. Y entonces usaba sombrero de copa baja, que nosotros decimos bombín, y en España corrientemente, sombrero hongo.
Sentí por él gran simpatía. Se retrató varias veces con Lamarque. Lo recuerdo cuando llegó en el tren de Jamaica una mañana trayendo los prisioneros de la expedición de Duaba, la goleta Honor. En el patio del paradero —al que luego se le llamó estación— lo esperaba la turba, el embrión de nuestro pueblo soberano.
Los prisioneros cabizbajos. Un sujeto amante de la corona le quemó un poco de incienso al Tte. Coronel Bosch. Este vestía traje de soldado, los pantalones remangados, cogidos con unas cuerdas. Dudo si calzaba alpargatas o botines. En cualquier caso, todo él estaba enfangado y sucio. Traía una corta vara en la diestra, a manera de bastón.
Contestó en pocas palabras, y con ellas declinó todo honor, que dijo correspondía a los guerrilleros de Yateras.
Con alarde de fuerza, al romperse la parada, los prisioneros salieron rumbo a la cárcel, a la vista de una multitud curiosa, en parte recogida, en parte adolorida y reservada.
Mis simpatías por el Tte. Coronel Bosch y Abril cesaron años después, cuando leí que la cacería emprendida contra los Maceo y sus compañeros expedicionarios, practicada con irrisión del más elemental derecho de gentes, había sido dispuesta por él.
Muchos años después, cierto día en una mañana de espléndido cielo azul, me encontré en el cementerio municipal. Estaban exhumando los restos de algunos sepultados en el panteón municipal. Entre ellos los del Tte. Coronel Bosch. Quedan entre su huesa restos de la guerrera negra, del pantalón rojo con tira negra (esta tira tendrá su nombre en sastrería), la calavera, las costillas, las falanges. En fin, todo lo que nos da —ante la muerte— la evidencia de la caducidad de lo terreno: mares, montañas, ríos, continentes, mundos y hombres. Ninguno de sus paisanos españoles acudió al acto. Yo lo presencié por evento casual. Aquellos restos fueron a dar al osario. Bosch murió en el combate de El Jobito, el 13 de mayo de 1895, de heridas de balas disparadas por soldados que mandaba el general Antonio Maceo: aquel a quien persiguió con tanta ferocidad, en desconocimiento de las leyes de la guerra, en abril de ese mismo año. La justicia inmanente se había manifestado.
R. E. Boti
31 de agosto de 1955.

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